Durante esta semana hemos tenido celebraciones de la ceniza (hemos contado 11) presididas por los salesianos de nuestra casa, Tomás, Antonio, Lucas y Lorenzo en las que nos hemos acercado al sentido de este tiempo que nos lleva hacia la Semana Santa.
Hemos movido bancos, llevado luces y farolillos de papel (gracias al grupo Amanecer del que cogimos tan maravillosa idea), colocado ladrillos, y una bola del mundo conectada con una cuerda a Jesús resucitado pasando por los pies del crucificado. Nos hemos atrevido a hacer «miertes», miércoles, «mierves» y «miernes» de ceniza, porque para Dios cualquier momento y cualquier lugar son buenos para encontrarse con nosotros.
Hemos acercado a los jóvenes de nuestra casa al corazón del colegio, a los salesianos que tanto rezan por ellos y a sus mismos corazones, ahora les toca a ellos dejar entrar a Dios.
La cuaresma y la celebración de la ceniza nos suenan a un periodo de tiempo triste pero no podemos olvidar que por un lado lo que ahora es ceniza, fue luz y calor durante el tiempo en que ardió y descubrir que Dios nos ama tanto y quiere con tanto deseo comunicarse con nosotros y que le entendamos que se hace como nosotros para que le podamos ver, escuchar y tocar. ¿Eso es triste? Ayunar es aparcar aquellas cosas que nos separan de nuestros sueños de felicidad; dar limosna es compartir lo que tenemos (aunque sea poco y lo necesitemos) con aquellos que sabemos que lo están pasando mal para regalarles un poco de alegría; orar es escuchar la voz de nuestra conciencia, donde Dios nos habla al corazón, para descubrir aquello que da sentido a nuestras carreras diarias. Desde esta visión, ayunar, dar limosna y orar son verbos alegres.
Cuando nos sentamos en círculo alrededor de una hoguera para sentir su luz y su calor, cada vez que nos acercamos para estar más cerca del fuego, más cerca estamos de los que nos rodean. Vivamos la cuaresma con la alegría de acercarnos a los demás buscando la luz y el calor que no se apagan, porque Dios es el único agua que calma nuestra sed.